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sábado, 14 de junio de 2008

El ogro

-¿Por qué no confías en nadie?-
Me preguntas.
No respondo.


-¿Por qué no confías en nadie?-
Aún inquieres.
Y yo callo.


-¿Por qué?- tú me insistes.
Y respondo:


Porque estuve al borde del precipicio,
sudando frío, a punto de caerme,
y Doña Sociedad al verme en peligro;
en lugar de tender su mano para salvarme,
pisó las mías con fuerza y saña,
asegurándose así de que yo cayera.


Porque la inquisición me sentenció a la hoguera
y ardieron mis esperanzas, mis sueños, mis ilusiones.
Porque la marginación me condenó a la guillotina
y rodó mi cabeza, y Soledad la devoró.
Porque la denigración me instaló en la cruz
y Doña Ausencia fue la única que me consoló
y suspiró por mí.


Porque quise ser sincero y me enseñaron a temer,
y temiendo, me enseñaron a mentir.
Porque quise arrepentirme y me enseñaron la culpa
y la vergüenza.
Porque traté de olvidar y me sembraron el odio
el resentimiento y la violencia.


No confío en nadie, no, no puedo
por todas las burlas, desmanes y desplantes,
por todos los insultos, las calumnias, los ataques,
por todos los abusos y los jueces y sus juicios.


No confío en nadie, no, no puedo
por todos los traidores y sus puñaladas traperas,
y por todas las fieras que de mí hicieron su festín;
por el mismísimo diablo, quién me hizo su juguete
y por el mismísimo Dios que me puso de bufón.


Por eso soy ermitaño, eremita, huraño y malgeniado:
¡Todo un ogro, si señor!

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