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domingo, 22 de agosto de 2010

La mutación (de cómo el gusano se transformó en mariposa)

Llegas a mí en un carruaje movido por delfines,
salpicando las olas de mi último ocaso.
Los flamingos que salen a mi encuentro
desde tus flameantes y turbadores ojos
son cuchillos de azafrán,
y desde tu ingenua boca, las palabras semejantes a orquídeas metalizadas
me confunden,
y tal como la baba asoleándose en el infame sol de mediodía
quedo paralizado, tan inmovilizado como si me hubiera tragado
a un temblador vivo.

Entonces, al igual que el animal herido
-siempre a la defensiva-
que ataca a quien intenta curarlo,
te lanzo mis "tequieros" como si fueran puñales,
y tú, cándida, inocente, incauta,
no percibes la filosa aspereza de mi lengua
semejante a papel lija, hinchada, hiriente, mordaz.

Alegre y alocada
(como cardumen de sardinas ya dentro de la atarraya)
te abalanzas a mis brazos,
y te guindas de mi nuca
como si ésta fuera tu última esperanza.
Y yo, con una mano sobre tu seno y la otra mano sobre tu nalga,
sonrío malicioso, asechante, aun cuando mi corazón gime...

Me besas, como colibrí aleteando mientras sorbe el néctar de las flores.
Te beso, como insecto caído en las fauces de una drosera.
Y de pronto, súbitamente
tiembla el suelo bajo mis pies
y se abre el cielo sobre mi cabeza,
y miríadas de ángeles bajan, arpeando sus coros celestiales,
trompeteando triunfantes, baladas de amor indestructible,
por ti, para ti.

El gusano -o sea yo-
se ha hecho crisálida
y la crisálida se ha transformado en mariposa.

Gano confianza rápidamente:
Primero, la confianza del cunaguaro que ha abatido a su presa.
Después, la confianza del gavilán en su noble y alto vuelo.
Finalmente, la confianza del Catatumbo, de sus eternos resplandores.
Y me siento más hombre,
más macho, más viril, más varonil, más auténtico, más sensible, más amable.

¿Cómo consigue el amor cambiar la tormenta en arco iris?

No lo sé, solo sé que lo consigue

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