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domingo, 3 de noviembre de 2019

Adusta mismidad

Ahora sí enloquecí,
estoy; decididamente delirando.
Las endorfínas inundan mi cerebro
agitando mis neuronas en un coctel de pensamientos anónimos y personales.
Escribo...pero ¿qué escribo?.

Escribo la hojilla de la desesperada ausencia;
retórica y tajante, de palabras y oraciones
desvaneciéndose en un recuerdo vago e impreciso.

Escribo la atenazante mordaza
implacable y testaruda, que embiste la cultura
con improperios al asecho de emboscadas.

He sido elevado al firmamento,
he sido plebeyizado hasta la infamia.
Vergüenza y fama
he sido tantas millones de veces,
que ya me siento un ser antediluviano:
eternizado en el disgusto,
eternizado en la alegría,
eternizado en la nostalgia y la melancolía.

Me confundo con el látigo y la fusta;
me identifico con la correa y su tenebrosa hebilla,
cicatrices que palpitan su dolor añejo;
como vino efervescente presto a desangrarse
en la metáfora del vinagre.

Avinagrado, totalmente acetolado
y completamente vulnerable,
cedo a los caprichos endorfinicos
y me zambullo piel adentro
en los insondables misterios
de mi adusta mismidad.

Y descubro, vilmente
que soy tan solo
la alegoría de mí mismo,
nada más.

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