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miércoles, 6 de noviembre de 2019

Preverteando

 - A campanadas te voy a quitar lo tonto-
Solía decir la maestra Begonia
pero las campanas están lejos;
incrustadas, en los altos campanarios
visitados por palomas multicolores;
esas colombas que vuelan alto
alcanzando los enhiestos rascacielos,
y desde allí sueltan sus guanosas bombas,
para luego bajar livianitas a la plaza
a llenar el buche y la molleja.
Los niños y los ancianos
aun tienen tiempo y corazón
para regalarles cotufas a las palomas
y el cotufero, feliz
piensa:
"Hoy hay muchas aves
y muchos viejitos con sus muchos nietos
aquí en la plaza
de las palomas.
Hoy voy a vender un cotufero loco
y podré comprarle el cuaderno a mi hijo
para mandarlo a la escuela el domingo.
Gracias cotufas,
gracias colombas,
gracias abuelos compradores de cotufas para los nietos que se las echan a las
palomas,
gracias sonrisas pícaras de niños pícaros".

Pero el cotufero no sabe
que ya parece un alce,
su esposa, la maestra Begonia,
lo engaña con un obelisco a la picaso
y por si acaso
también con uno que tiene cornamenta de venado,
y cara de venado y pezuñas de venado y aliento de venado,
y encima; da sendas coces cuando hace el amor.

Si el alce cotufero supiera
se moriría de tristeza
y las palomas se morirían de hambre.
Es mejor que nada sepa
no sea que se les amarguen las palomitas de maíz; que comen las palomas,
con la amargura de los celos
al alce cotufero.
Cae la noche,
la luna desenvaina sus cien cuchillos de plata
y rasga el manto nocturno,
llenándolo de agujeros tintilantes...
pálidas estrellas asoman para ver el mundo desde arriba.

Pero esta noche es escuálida y fría,
como los fríos, escuálidos marchistas, muchos, millones de ellos,
que aun siendo millones
no alcanzan a cubrir una cuadra,
-hablando de paradojas-.

Pero volviendo a la escuálida noche:
-divago demasiado, ¡por favor, pónganme freno!
pero no me vayan a coger mínimo-

Como decía, caída la escuálida noche,
el cotufero regresa a su escuálida casa de chocolate,
y le zampa un escuálido beso a su esposa
con su labio cotufero,
propinándole a la pobre un ósculo salado.
Pero a la esposa le disgusta el cariño
porque sufre de hipertensión,
así que le devuelve el favor
con un ósculo de hielo seco sabor a cola.
Así, los labios de la adusta pareja quedan encolados,
pegados, peor que con pega loca.

Parecen siameses encarados; los esposos,
y como no pueden despegarse
les toca llamar a un cirujano
telepáticamente, (pues no pueden hablar)
-otra paradoja-

Y el cirujano presto arriba con su maletín de cirujano
repleto de instrumentos de cirugía.
Y cuando el alce cotufero lo ve -al cirujano-
se lleva la mayor de las sorpresas:
-Tiene cara de venado este doctor,
con todo y cornamenta, pezuñas, aliento y coces de venado-

¿Casualidad o causalidad?

-La última paradoja de la noche-

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